lunes, 14 de enero de 2008

60 años viviendo en las salinas



TENEMOS QUE CONSERVAR NUESTRAS COSTUMBRES

«Mi madre, embarazada de mí, abría el saco y mi padre lo llenaba de sal. Así, antes de nacer, ya la olía». Son las palabras de Manolo Viera, que lleva 60 años de salinero en Arinaga. En temporada dice sacar 2.000 kilos a la semana, aunque sólo cobra los que pueda vender y, según explica, «las ventas no son muchas».
Manolo Viera y su fiel compañero Yovi, un pequeño perro, ven amanecer y atardecer desde las salinas de Arinaga. «Me levanto y vengo y de aquí salgo de noche», dice mientras mira como enrojecen los tajos salineros cuando están a punto.
A Manolito, como le conocen, el médico le ha prohibido la sal; aunque «algo le pongo porque sin ella nada sabe igual».
Para explicar el proceso mediante el cual se crea la sal extraída del mar, Viera cita una adivinanza que, según él, escuchaba todos los días en su casa:«Yo soy nacida del mar, el mismo sol me tuesta y en el palacio del Rey sin mí no se hace fiesta». Viera dice que sin sal «no hay paladar» y que en el proceso de creación «el sol es fundamental».
En la primera fase «se almacena el agua en el cocedero», donde el agua dulce comienza a evaporarse. Luego el líquido elemento se pasa a lo que se conoce como tajos. Allí el agua reposa hasta que va tomando el color del barro, momento en el que Viera dice que «va quedando sólo agua salada». La sal se va evidenciando en los depósitos y «con el rodadillo se barre. Después hay que pasarla al balache -nombre con el que conoce la cruceta entre tajo y tajo- para con la pala llevarla a la carrucha, y para el almacén», culmina con una sonrisa.
Viera dice que la sal ya no le huele. «La gente me pregunta si no me huele a sal, pero ya va en las venas». Comienza a recordar y dice que «cuando empecé me olía a perfume. Ese olor ahora sólo lo siento cuando llueve», dice Manolito. La casa dónde come y pasa el día es la misma en la que murió su abuela y su madre.La diseñó el arquitecto agüimense Juan Melían de Alvarado, y según Viera, era su casa de verano. Quién le iba a decir, cuando la admiraba, que sería la casa de su retiro.
De Vargas a Arinaga
Viera dice que la sal que se produce en Arinaga es «muy buena» y que se vende a muy buen precio. Se lamenta de que «de las 17 salinas que había en Gran Canaria sólo quedan cuatro». Trabajó los primeros quince años en los charcones de Vargas, con sus padres. Al principio caminaba todos los días desde El Carrizal hasta Arinaga, trabajaba y volvía. Hace ya décadas se mudó a Arinaga desde dónde todos los días se acerca a ver sus salinas.